"Es Personal" Podcast por Punto Sero

Paty Retana

El día en que Argentina se atrevió a marchar

El 2 de julio de 1992, unas 300 personas desafiaron el miedo y salieron a las calles del centro de Buenos Aires para exigir visibilidad, libertad e igualdad. Fue la primera vez que en Argentina se celebró una Marcha del Orgullo LGBTIQAP+, en un país donde la homosexualidad aún era criminalizada de facto, y donde vivir abiertamente la diversidad podía costar el trabajo, la familia, la libertad… o la vida.

Muchxs de quienes marcharon ese día lo hicieron con máscaras blancas para proteger su identidad. No era solo un gesto estético: era una estrategia de supervivencia en un contexto donde el estigma social y la violencia institucional eran moneda corriente.

Detrás de esa movilización estaba el trabajo de siete organizaciones, entre ellas el histórico colectivo Nuestro Mundo, el primero de América Latina fundado en 1967, y la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), liderada entonces por el activista Carlos Jáuregui. Fue él quien acuñó una frase que se volvería emblema del movimiento: “En una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”.

Una marcha, muchas luchas

La consigna de aquel 2 de julio era clara: “Libertad, Igualdad, Diversidad”. Pero detrás de esas palabras había demandas concretas: el fin de los edictos policiales que permitían detenciones arbitrarias, derechos laborales para las personas trans, acceso a la salud sin discriminación, y una urgente visibilidad en una sociedad que históricamente había enseñado a las personas LGBTIQ+ a esconderse.

También estuvo presente TRANSDEVI (Transexuales por el Derecho a la Vida y la Identidad), con activistas como Karina Urbina, una de las primeras mujeres trans en presentar acciones legales por su derecho a la identidad. En las fotos de esa noche aparecen pancartas que denunciaban la “caricatura de justicia” a la que se enfrentaban las personas diversas, y que exigían el reconocimiento de su humanidad.

Un hecho poderoso marcó esa primera edición: la presencia de las Madres de Plaza de Mayo, símbolo de lucha por los derechos humanos en Argentina. Con su respaldo, el movimiento del orgullo tejió una alianza histórica con otras causas que también buscan justicia, memoria y verdad.

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Un legado vivo

Cinco años después, en 1997, la fecha de la marcha se trasladó a noviembre, buscando proteger a las personas que vivían con VIH del frío del invierno austral. Desde entonces, cada noviembre, las calles de Buenos Aires se llenan de banderas, cuerpos libres y reivindicaciones, en lo que se ha convertido en una de las movilizaciones más multitudinarias de América Latina.

Hoy, más de tres décadas después de aquella primera vez, el legado de esa marcha sigue vivo. No solo porque muchas de sus demandas siguen siendo urgentes, sino porque cada paso que damos con orgullo se apoya en los pasos de quienes, como Jáuregui, Urbina o Cigliutti, se atrevieron a romper el silencio.

El orgullo argentino nació de la resistencia, la ternura y el coraje. Y sigue siendo eso: una forma colectiva de decir que existimos, que merecemos ser felices, y que la lucha sigue.