Te pasó que al anunciar tu boda la noticia fue recibida con rostros incrédulos, ¿por qué? ¡Ah, claro! Sucede que mi boda no es “tan boda” como las últimas tres a las que fuiste, validadas por la Ley del Hombre y la de Dios todopoderoso, alabado sea el Señor.
Hablar de derechos civiles, equidad ante la ley, “matrimonio homosexual”, leyes de convivencia y demás nos parece tan lejano y nos resulta hasta tedioso, ¿para qué? Si al fin y al cabo nunca me pasó por la mente casarme.
Al fin resulta que sí, llegó el momento y la persona, quiero casarme y no puedo, por eso reflexionamos, sobre los “detalles” -derechos dirían- que pasamos por alto en el día a día y que las parejas heterosexuales que están por casarse o que ya “amarraron el nudo” gozan desde hace milenios:
La amplia, cálida y aprobadora sonrisa de los padres. Si bien algunas de nosotras contamos con la compresión y apoyo de pá y má, conozco pocas que al anunciar que se iban a vivir con su susodicha, recibieron palmas y vítores. Aún peor si osaron mencionar la palabra “boda” o “celebración”. Usualmente la mejor mueca a la que podemos aspirar es una cara de “¡What?!”.
El reconocimiento que la unión es un compromiso real. Parecería que a los ojos de parte de nuestra sociedad “casarse” con una persona del mismo sexo es de chocolate. En realidad, no vale, es como hacer “changuitos” a la hora de decir: “hasta que la muerte nos separe”.
Me sorprende, si volteamos a ver las estadísticas nos muestran un altísimo índice de parejas “normalitas” que terminan divorciadas. No entiendo por qué se asume que la única manera de otorgarnos el derecho a casarnos es si somos unos santos, ejemplares e infalibles, incapaces de cometer errores al escoger a nuestra pareja que será “para toda la vida”.
Luego entra el plan de una celebración con pompa y fanfarria pagada por los papás de ella, los míos o “ambos dos” y que los dioses nos perdonen por pensar que, si mis amigas reciben ayuda económica para sus bodas, yo merezca lo mismo. Con certeza se debe al bienestar económico superior, que una pareja de mujeres en un país tercermundista alcanza (sarcasmo aparte). Entonces Chuchis, ¿canapés o cena? Mejor unos tamales.
Festejos y presentes aledaños estilo showers, despedidas, vaquitas para el primer súper y por supuesto la mesa de regalos. ¡Yo también necesito un tostador! y cubiertos y micro, refri, estufa, platos, toallas, escoba, colchón, sábanas, licuadora, de paso un burro y plancha y, y, y, y, y… consté que ni siquiera mencioné artículos tan triviales como televisión, o el juego de velas que combinan con la mesa de baño o los vasos ca-rit-si-mos.
El nidito de amor se forma por cortesía de la familia. Pero, claro, siendo lesbiana, seguro que me puedo construir el mío con mis propias manos, total el juego de herramientas colgado a la cintura es parte de mi atuendo cotidiano. ¿No necesito aclarar el punto, ¿verdad?
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Wooooow, la luna de miel. Aquí puedo esperar que me la regalen o me echen la mano. Nooooo, eso ni siquiera está sobre la mesa, curioso es que para algunas personas mi esposa sigue siendo llamada “mi mejor amiga”; por consiguiente, me pregunto si se acordarán de que compartimos la cama y no sólo para dormir.
En términos más prácticos, debo pensar muy bien dónde voy a celebrar mi melosa luna… Mmh, sería bueno algún país donde la homosexualidad no esté penalizada (adiós, Dubái, en los Emiratos y otros tantos países). El hotel debe tener políticas claramente “gay friendly”, las ciudades también. Si el machismo predomina en el destino turístico deseado, entonces andar por la calle de la mano con mi esposa podría ser incómodo y hasta peligroso… ya me deprimí.
En cuanto al apellido, jamás seré la Señora de…. La verdad ni me interesa y entiendo las connotaciones machistas que implicaban cambiar el apellido, porque ahora ya no es necesario hacerlo. Sin embargo, debería tener el derecho de adoptar el sobrenombre de mi amorcito, aunque nunca lo haga, al menos por el placer de repetir mi “nombre de casada” mentalmente.
¿Qué risa verdad? Ni tanto…. Existen situaciones serias donde no tener el “papelito” que legalmente te declara casada puede costarte caro, emocional y económicamente, por ejemplo, eeeen:
• Decisiones médicas. El amor de mi vida me pidió que, en caso de quedar bajo soporte artificial de vida, fuera desconectada… yo no tengo voz ni voto, ante la ley su familia decide, así yo haya sido su “esposa” por décadas. Dramaticé, es verdad y se supera, en decisiones médicas menores también soy un cero a la izquierda.
• Testamento. No importa lo que ella haya establecido en él, su familia biológica está en derecho de argumentar en contra, aun cuando eso significara dejarme sin ningún bien obtenido con y de la mano de mi pareja.
• Testificar por fuerza. Usualmente, este punto ni lo imaginamos. En un matrimonio legal, el cónyuge está protegido por la ley para no tener que testificar en contra de su contraparte. Mi testimonio en cambio puede ser requerido y utilizado sin miramientos.
• Visitas prohibidas. En el caso remoto de que mi esposa vaya a la cárcel, mejor me olvido de las visitas conyugales… total, yo ante la ley, ¿quién soy? ¿y tú?
¿Quieres agregar más? este artículo está inspirado en el ensayo de Scott Bidstrup, “Gay Marriage: The Arguments and the Motives”, 1996. Orientación desde siempre o no, más desmarcarse del sistema puede generar confusiones.
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